Los seres humanos nacen con un cúmulo de comportamientos innatos para adaptarse al mundo que los rodea. Sin embargo, estas conductas son insuficientes para variados aspectos, entre ellos para relacionarse exitosamente con los demás. Es por esto, que solo un proceso continuo de aprendizaje que inicia en su primer entorno de socialización, es decir, en su familia, determinará las interacciones operativas o no que establezca con el resto de las personas.
En consecuencia, la cotidianidad se gesta en medio de un conjunto de seres sociales que no pueden vivir aislados porque desde que nacen necesitan del otro para sobrevivir, pero, lo más importante es que crecen y maduran perteneciendo a diferentes grupos, inicialmente la familia, luego la escuela, los amigos, el trabajo y sus círculos varios. Hay quienes son solitarios e infelices, y algunos presentan problemas psicológicos, debido a que son incapaces de establecer y mantener relaciones sociales con otros (1). En este sentido, convivir es de vital preponderancia, pues, más allá de permitir a los individuos crecer sanos psicosocialmente, vivir armónicamente, coordinar acciones eficazmente para el logro de los objetivos en común, incluso permite preservar la especie.
Al respeto, se sostiene que la convivencia es la condición de relacionarse a través de una comunicación permanente, la cual debe estar basada en el afecto, la tolerancia y el respeto en las diferentes situaciones de la vida (2). Lo anterior, hace evocar la dinámica del espacio trascendental de convivencia de los sujetos: el hogar, donde algunas veces no hay suficientes manifestaciones de afecto, comunicación asertiva ni tolerancia entre esposos, padres e hijos. Tristemente se suele caer en comparar a los hermanos, olvidando que cada uno tiene su propio proceso; gritar a la pareja por creer que no tiene la razón, cuando en realidad cada uno tiene un punto de ella y juntos pueden llegar a un convenio; ignorar los puntos de vista de los más pequeños, aplastando el florecimiento de su autonomía personal o etiquetar a aquellos familiares que han actuado o que piensan diferente que la mayoría. Siendo así, vale preguntarse: ¿Para cuántos, su propia casa es un lugar donde prefieren no estar?
En este contexto, se hacen más propensos a un ambiente de violencia que se traslada a ese vecino con quien posiblemente no se socializa y que se pudiese rechazar por diferente. Esto ocurre en la escuela, en el trabajo y en todo entorno donde haya humanidad. La diferencia ha conducido históricamente por el camino de la mutua descalificación e invalidación… Si se quiere evitar la destrucción de la especie y del planeta, hay que rectificar esta senda. La clave para hacerlo está en el respeto, entendido como la aceptación del otro como diferente,legítimo y autónomo (3).
Es de destacar, que cada quien tiene una historia de vida diferente, los cónyuges por ejemplo, se unen producto de crianzas distintas; los hijos aun siendo formados con lineamientos similares manifiestan personalidades desiguales o los vecinos son diversos, pues, actúan de acuerdo a sus propias creencias. El punto no es entender solamente que cada quien tiene una manera de interpretar la vida y que por lo tanto hay tantas interpretaciones o verdades como personas. Más allá de eso, el detalle no es ni siquiera discernir que te suma y que te resta, sino, que se vea en esta multiplicidad de pensamientos una posibilidad de enriquecimiento mutuo, donde mediante los consensos y acuerdos se puedan disminuir los conflictos y la violencia.
Finalmente, para que la convivencia sea sana es preciso: generar espacios para conocerse, donde se fomente el afecto y la valoración de los demás; ponerse en el lugar del otro en situaciones de conflicto, activando la escucha para saber que le inquieta y conversar desde el ganar-ganar; declarar frecuentemente perdón, gracias y te quiero a quienes amamos cada vez que sea necesario, ya que la palabra es poderosa y dicha a tiempo es capaz de transformar positivamente las situaciones más adversas. Por último, recuerda: No sabemos cómo son las cosas realmente, solo sabemos cómo las vemos (4).
Por: Johanna Daza
Directora Académica de Consultores Laikos.
Máster Coach Ontológico.
Orientadora Conductual.
Asesor clínico de pareja, sexualidad y familia.
Coach en TDAH.
Coach en Marketing y Ventas.
Fuentes usadas:
(1) Ovejero, B. (2014) Las Habilidades Sociales y su Entrenamiento un Enfoque; Necesariamente Psicosocial. Psicothema ISSN, Edición en papel: 0214- 9915 1990/ Vol. 2 / Nº 2/ pp. 93-112.
(2) Grados Melo, V. (2013). Desarrollo del valor del respeto para favorecer la convivencia a través de actividades dramáticas en niños de tres años. UniversidadCatólica del Perú. Facultad de Educación / pp. 12-15.
(3) Echeverría, R. (2009). El observador y su mundo. Volumen I. Chile: Comunicaciones Noreste LTDA.
(4) Echeverría, R. (2005). Ontología del Lenguaje. Chile: Comunicaciones Noreste LTDA.